Que la tierra le sea leve a Vangelis
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La innovación de la música en la pantalla, a la entrada de los años 80, viene marcada por el griego Vangelis. Aunque Evangelos Odyssey Papathanassiou, tal es su verdadero nombre, procedía del mundo del pop -fue el creador de los primeros ejemplos de esta música en Grecia- no cayó, en ningún momento de sus creaciones, en esas canciones facilonas, que a la larga acabaron siendo tan perniciosas diez años antes. Por poner un ejemplo, quiero recordar Raindrops Keep Falling On My Head del gran Burt Bacharah, en la voz de B.J. Thomas. Todo un clásico del lounge, del easy lisening y de la banda sonora de nuestras vidas. Ahora bien, en medio del score de Dos hombres y un destino (George Roy Hill, 1969), que fue la respuesta de Hollywood al spaghetti western ni más ni menos, la secuencia de la bicicleta, detiene la narración para llevarnos a uno de aquellos spots publicitarios de apariencia informal, muy al gusto de la época pero que marca un paréntesis gratuito en el principio del fin de Butch Cassidy y Sundance Kid.
Pues bien, uno de los grandes méritos de Vangelis fue hacer composiciones tan al gusto del público como las canciones de la pantalla de los años 70, pero supeditadas a la imagen, que siempre es lo que ha de marcar la pauta en el cine.
Pianista tan precoz como es menester en los músicos prodigiosos, el pequeño Vangelis ofrece sus primeros conciertos en Volos, la ciudad que le vio nacer en 1943, cuando sólo cuenta seis abriles. Corre 1958 cuando ingresa en el grupo Formix y en 1967, tras el golpe de estado que encierra a Theodroakis, se exilia en París donde forma Aphrodite's Child junto al vocalista Demis Roussos y un par de compatriotas. Disuelto el grupo a comienzos de la siguiente década, Vangelis, misántropo y enigmático, se instala en Londres y se recluye en un estudio de grabación para alumbrar sus composiciones, que suelen interpretar artistas italianos: Claudio Baglioni, Richard Cocciante, Milva...
Aunque sus primeros trabajos para el cine los lleva a cabo en su Grecia natal -O adelfos mou... o trohonomos (Filippos Fylaktos, 1963), 5.000 psemmata (Giorgos Konstadinou, 1966), To prosopo tis Medousas (Mikos Koundouros, 1967)- da el salto a la pantalla internacional con una producción francesa, Sex power (Henri Chapier, 1970). Muy reclamado por Frédéric Rossif -El Apocalipsis de los animales (1972) La fiesta salvaje (1976)- y otros prestigiosos documentalistas, las partituras de Vangelis se suceden en las pantallas de Francia, Italia, Inglaterra e incluso España, donde firma el score de Mater amantísima (José Antonio Salgot, 1980).
Un año después, la composición que escribe para Carros de fuego, de Hugh Hudson, le vale el Oscar a la Mejor Banda Sonora y le catapulta al parnaso de la música fílmica. Con el teclista griego, el mago de los sintetizadores, también entra en dicho limbo algo impreciso entre la música electrónica y la new age. Sea como fuere, llegan los scores de cintas tan aplaudidas como Desaparecido (Costa-Gavras, 1982) o Blade Runner (Ridely Scott, 1982), a fe mía, su mejor trabajo.
Que la tierra le sea leve a Vangelis.
Publicado el 20 de mayo de 2022 a las 04:00.